miércoles, 12 de diciembre de 2012

El doce del doce del doce

Hoy no es un día distinto, sin embargo siento la necesidad aunque estoy agotada de escribir aunque sea sólo uno y fuera de fecha, el post de diciembre. Mis niños crecen cada segundo y cada nueva palabra o logro es como un pequeño punto que se descose, que les descose de mí. 
Si hoy fuese el último día de nuestra existencia habría pasado con ellos sólo una hora y eso es terrible. Nada merece la pena lo suficiente como para tirar por la borda mi tiempo con ellos, sin duda el más pleno y valioso de mi vida. Si fuese el último día, habría sido absurdo intentar mantener el orden de las cosas, las llamadas, los mails, el tiempo en el coche escuchando música vacía. Todo tiempo desempleado en lo único que merece la pena que es quererles, hacerles felices, acariciar sus cabecitas y besarles hasta sentir que duelen los labios. Abrazarlos y apretarlos contra el pecho y hacer que desaparezca el mundo con sus miserias. Sólo ellos, yo, la vida por delante, aunque sólo nos quedase un segundo de eternidad.
Y ahora aquí, hablando de ellos pero sin ellos. Ellos con su leche y sus cereales y yo con mis palabras y las horas perdidas tirándome de los párpados. 
Pues abandono aquí las palabras, para qué más. 
Para qué sin su luz.